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Issue #044 «Si Ucrania cae, inevitablemente también caerá Georgia»: la magnitud de la invasión rusa de Ucrania
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«Si Ucrania cae, inevitablemente también caerá Georgia»: la magnitud de la invasión rusa de Ucrania

Con sus aguas turquesas, palmeras exuberantes y el característico olor a mandarina, Abjaseti (o Abjasia, como la llaman los ocupantes rusos) siempre ha sido un paisaje de ensueño para mí. Un lugar del que sabía mucho, pero que nunca podía tocar. Omnipresente en la vida de mi familia, siempre fue visto como un sitio de paz y felicidad; nuestro pedacito de cielo que nos fue arrebatado por la fuerza en la década de 1990. Es un lugar donde imagino a mi abuela, con su largo cabello negro azabache, jugando voleibol en la playa con sus amigos. 

Hasta el día de hoy, alrededor de 300 000 refugiados de los territorios ocupados de Georgia cargan con los recuerdos y el lastre de haber sido desplazados, una cifra que representa cerca del 6 % de la población total de Georgia. Incluso 30 años después, la sombra del conflicto aún no ha desaparecido. Es difícil olvidar que en un momento tuviste que caminar por las montañas para ponerte a salvo en pleno invierno, tus hijos se congelaron y los miembros de tu familia fueron violados o asesinados. Lamentablemente, estas historias no tenían un atractivo internacional en los años 90. Francamente, a nadie parecía importarle que un pequeño país luchara por su independencia, por la capacidad de liberarse finalmente del imperialismo ruso y elegir su propio destino; vivir en paz con sus vecinos como lo había hecho durante siglos.

Por muy cliché que pueda sonar, Rusia es el villano de esta historia, como en las historias de muchos otros países que tienen la desgracia de tenerlo como país vecino. A diferencia de los occidentales, cuando Rusia lanzó una invasión a gran escala de Ucrania el 24 de febrero, los georgianos —como muchos otros en Europa del Este— no se sorprendieron. Ya lo hemos vivido no una sino tres veces en nuestros 30 años de independencia; las narrativas falsas usadas para crear realidades alternativas para sus ciudadanos y matar a miles de niños, mujeres y ancianos inocentes. En 2014, al igual que los georgianos, los ucranianos expulsaron a su líder prorruso (Viktor Yanukovych) y demostraron de una vez por todas que no estaban dispuestos a vivir bajo el dominio ruso. El conflicto comenzó a mostrar su lado oscuro por esa época. Poco después de esta revolución ucraniana, Rusia ocupó Crimea y comenzó una guerra en el Dombás.

El mundo vio lo que sucedió en Bucha (la matanza de civiles ucranianos por parte de las fuerzas armadas rusas durante la lucha por la ocupación de la ciudad ucraniana) en Gagra, en Sujumi y en todos los territorios ocupados. No es algo que estalló de repente en Rusia. La crueldad (por decirlo en términos moderados) siempre ha sido su firma. Lamentablemente, nos vimos obligados a sufrir y sobrevivir en silencio, al igual que los chechenos cuando todo el mundo pensó en las guerras de Chechenia como un asunto interno de Rusia y miró en silencio mientras usaban armas químicas contra civiles pacíficos por toda Chechenia.

Siempre me sorprende cuando la gente dice que esta es una guerra de Putin. Poner la situación en estos términos plantea una serie de problemáticas. En la academia occidental, se ha minimizado el imperialismo ruso/soviético. La percepción predominante es que las personas que fueron integradas a la fuerza en la Unión Soviética lo hicieron por voluntad propia; simplemente nos tomamos de la mano y decidimos vivir juntos. Permítanme aclarar que esto no fue así. En todos los casos, hubo violencia, asesinatos y limpieza étnica. Aquellos que lucharon por la independencia y sus familias fueron deportados o asesinados. Sin embargo, los rusos todavía se ven a sí mismos como los libertadores de estos territorios. Creen la mentira de una época hermosa en la que «todos vivíamos en paz como hermanos». Generaciones crecieron allí con nostalgia de la era soviética. Es una de las líneas ideológicas más importantes de Putin contra los países vecinos de Rusia. Cuando, en 2005, dijo que el colapso de la Unión Soviética «fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo», nadie se inmutó. Todavía se lo consideraba un actor racional. Tres años después, invadió mi país por tercera vez poniendo en marcha un plan para revertir esta «tragedia».

Luego siguió Ucrania. En este sentido, nuestros países se entrelazan aún más. El futuro de uno determina el futuro del otro. Si Ucrania cae, inevitablemente también caerá Georgia. La independencia de países que van desde Asia Central hasta el Cáucaso e incluso el Báltico depende del resultado de esta guerra. Los ciudadanos de estos países, como los de Occidente, merecen vivir en democracias libres. Los refugiados y los desplazados internos deben regresar finalmente a sus hogares y vivir con dignidad. La libertad nos costó la vida y trajo sufrimiento y dolor interminables. Esta decisión, a pesar de todo, no tendrá marcha atrás. Georgia y Ucrania decidieron firmemente que su futuro está en Europa.

No somos ni seremos nunca rusos. A algunos todavía les gusta decir que los rusos son nuestros hermanos. Ante eso, yo respondo: mejor estar solo que con un hermano así. Un hermano que roba, viola y mata. Un hermano que deliberadamente quiere desaparecerte de la faz de la tierra. Un hermano que llama a tu idioma «lenguaje de perro», destruye tus iglesias y enfrenta a las comunidades (como los hablantes de ruso en el Dombás y los abjasios/osetios en Georgia) contra aquellos con quienes vivieron en paz durante siglos.

Algunos piensan erróneamente que Rusia está respondiendo a una amenaza que emana de la OTAN. Me gustaría que esas personas nos preguntaran a nosotros, los ciudadanos de estos países, por qué elegimos este camino. Cuando eres constantemente acosado por tu «vecino» o por un esposo abusivo (que es como yo caracterizaría la relación de Rusia con los países que solía gobernar), vas a querer estar protegido ya que no puedes hacerlo solo. Georgia y Ucrania persiguen obstinadamente la integración euroatlántica debido a la amenaza rusa. Lo que queremos es seguridad para nosotros y las generaciones futuras; elegir nuestro destino y convertirnos en miembros de la familia euroatlántica. Pagamos nuestra elección con sangre, ahora es el momento de que Europa tome medidas decisivas para ayudarnos. 

En este momento, los ucranianos están en primera línea. Le están mostrando al mundo entero un ejemplo de valentía y de lo que realmente significa el amor a la patria. Lo único que cambiará la forma en que los rusos ven el mundo es una derrota militar. Desafortunadamente, esta es la única forma de que finalmente entiendan que Ucrania y otros países llamados «postsoviéticos» (detesto cada vez más el término) son entidades independientes y no sus gubernias, como llamaban a las subdivisiones administrativas utilizadas en el Imperio Ruso.

Estoy convencida de que algún día podré probar las mandarinas en Sujumi y nadar en el mar turquesa. Para que eso suceda, Ucrania debe triunfar y detener la agresión rusa de una vez por todas. Es fundamental para la desocupación de Ucrania y la estabilidad en Europa (por ejemplo, Polonia y los países bálticos —que son miembros de la OTAN— son los siguientes en la fila si se permite que Putin siga invadiendo países soberanos). La amenaza para todo el continente es palpable. Los soldados georgianos están luchando junto a nuestros hermanos ucranianos por nuestra libertad conjunta, y es por eso que enarbolaré orgullosamente la bandera azul y amarilla con mi amada blanca y roja hasta que finalmente se logre la victoria.

Ana Morgoshia es una escritora e historiadora del arte radicada en Tbilisi, Georgia.

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