Cómo Occidente ha permitido que Putin y sus oligarcas resguarden sus fortunas millonarias
Si lees las noticias sobre lo que Vladimir Putin está haciendo en Ucrania y las múltiples comparaciones con Adolf Hitler en la invasión de Polonia de 1939, podrías pensar que no hay nada que podamos hacer aparte de observar con horror e incredulidad, o arriesgarnos a una guerra nuclear. Pero eso no es del todo cierto. Putin no es un dictador del siglo XX. La violencia y la opresión podrán ser anticuadas, pero la forma en que él y sus oligarcas dirigen Rusia es muy nueva, y la culpa la tienen tanto ellos como Occidente.
Hasta 1991, Rusia era gobernada por comunistas. La propiedad privada era prácticamente inexistente y todo lo valioso pertenecía al Estado. Cuando el nuevo Gobierno postsoviético vendió todos sus activos más valiosos —campos petroleros, fundidoras de aluminio, fábricas, etc.— estos quedaron en manos de un pequeño grupo de personas que se convirtieron en multimillonarios, mientras que los rusos de a pie luchaban para sobrevivir con muy poco. Solo 500 rusos poseen más riqueza que el 99,8 % de la población, es decir que unos 144 millones de personas. Este pequeño grupo apoya a Putin porque les ha permitido hacerse ricos y los deja operar sin ningún tipo de control.
El problema para los oligarcas de Putin, sin embargo, es que no hay muchas cosas que comprar en Rusia. Si quieres joyas, yates, mansiones elegantes e islas soleadas, tienes que gastar tu dinero en otro lugar, ya sea en Europa, Estados Unidos o en otros países occidentales. Además, estos oligarcas no confían entre sí y les preocupa que si caen en desgracia con Putin, los demás se abalancen sobre ellos como depredadores. Una razón más para poner su dinero fuera del alcance del sistema legal ruso.
Por lo tanto, aunque su riqueza proviene de Rusia, la mantienen en los principales países occidentales. Solo fingen odiar a Occidente. En realidad, utilizan las ciudades occidentales como gigantescas alcancías, lugares para guardar el dinero que alguna vez le perteneció al pueblo ruso. Registran sus yates en nuestros paraísos fiscales y emplean a nuestros contadores y asesores de relaciones públicas, entre otros, para administrar sus fortunas. El lugar que más adoran es Londres. Los oligarcas rusos tienen, además de propiedades en la capital británica, a abogados para evitar que los periodistas escriban sobre ellos, así como a miembros de la Cámara de los Lores del Reino Unido trabajando en sus empresas.
La riqueza está muy bien escondida. Es propiedad de empresas ficticias, fideicomisos, fundaciones, sociedades limitadas y todas las demás artimañas del mundo offshore. Está escondida en las bóvedas de los «puertos libres» de bajos impuestos. Los propietarios nominales son los hijos, las esposas, los amigos u otros conocidos de los oligarcas. Está enterrada en lo más profundo del entramado de nuestras economías.
Lamentablemente, durante décadas, el Gobierno británico ha visto con buenos ojos esta riqueza. Ha financiado de manera insuficiente los organismos policiales que hubieran podido comprobar sus orígenes. Ha vendido visas a oligarcas para que puedan vivir en Londres y ha tolerado sus acciones legales contra los periodistas que escriben sobre ellos. Si hubiéramos impedido que se quedaran con el dinero obtenido de los bienes robados al pueblo ruso, no se habrían llevado tanta riqueza. La culpa de eso es nuestra.
Pero la guerra en Ucrania lo está cambiando todo. De repente, los oligarcas están recibiendo múltiples sanciones alrededor del mundo. El presidente estadounidense Joe Biden prometió perseguirlos e incautar sus yates y sus mansiones. La pregunta es: ¿tienen las débiles fuerzas policiales la capacidad de encontrar los bienes más ocultos? ¿Y pueden los políticos —quienes están más acostumbrados a festejar con los oligarcas que a perseguirlos— demostrar la voluntad política para sacar este dinero de las ciudades occidentales? De ser el caso, quizás algún día ese dinero mal obtenido pueda ayudar a reconstruir las ciudades destrozadas de Ucrania.
Oliver Bullough es un periodista galés que cubre temas de crimen financiero y la antigua Unión Soviética. Es el autor de Butler To The World: How Britain Became The Servant Of Tycoons, Tax Dodgers, Kleptocrats And Criminals.
